martes, 17 de febrero de 2015

Comentario sobre la felicidad.


Del nacimiento a la muerte, la vida es esencialmente una explosión progresiva de una diversidad de felicidades, una expansión feliz como lo sería la felicidad si se pareciera al Tetsuo final de la película animé Akira, con cada una de sus extremidades reformulándose en tentáculos extremos de grasa. 

Pero hay que comprender y sostener irracionalmente esa certeza, convencidos y entendiendo también que hay paces explosivamente felices, y tristezas plenas de regocijo, hambres, enfermedades, crímenes que se nos perpetúan y formas de ser anulados violentamente como un moco, además de comprender y sostener irracionalmente nuestras intenciones en medio de tamaño carnaval, alegremente rabiosos, odiosamente festivos, etc.  

Es decir, que no hay una sola felicidad, una sola sensación que se pueda llamar placer, ni se nos ha inculcado el valor placentero de la mayoría de ellas: su rostro transformado-transformable. Hay en el arte de la vida, como la belleza respecto del arte per se, muchas felicidades que se nos inculcan por moda histórica, dejando a todas las demás como felicidades tabú, como dolores, propendiendo a una felicidad del estancamiento, eyaculatoria.   


Cabe destacar la otredad en todo este comentario. Si la obligación psicológica es volver consciente el inconsciente, reconocer el valor placentero de las felicidades tabúes, es, en resumen, porque lo otro, una vez reconocido, debe hacerse patente en uno. De aquello provendrá lo nuevo. Es esto lo que desata estancamientos. Y solo entonces se reconocerá la automaticidad de aquello que Deleuze llamaba máquinas deseantes: los motores liberados de nuestra voluntad. 

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