domingo, 7 de septiembre de 2014

Aniversario 11 de Cerdo en una jaula con antibióticos.

El lanzamiento fue un día perdido de Septiembre u Octubre del año 2003. En él leyeron dos textos respectivamente Eduardo Jiménez y Patricia Espinosa, críticos literarios; el autor, o sea yo, leyó, leí, uno de los tres textos poéticos del libro de cuentos; luego, Fabian Martínez, Daniel Valenzuela y un servidor, tocamos Bored y Engine N°9 de Deftones, Mother Mary de Far y Smells like teen spirit de Nirvana. La Biblioteca Municipal de Nemesio Antúnez literalmente se repletó, vendiéndose las cincuenta copias del libro, que luego pasaron de mano en mano y a la Internet.

De cierto modo, hoy celebramos que, tres años más tarde, el Dictador la palmó y se llenó la Plaza Italia de vítores, gritos y aplausos de rebelde alegría.

Es un libro que, como muchos otros de mis libros, está en deuda con dos obras: El Ok Computer, de Radiohead, y Generación X, de Douglas Coupland. 



El prólogo decía así:

>>UMBRAL<<


Al intentar escribir este prólogo hemos recordado un pequeño y decidor fragmento del filósofo Soren Kierkegaard: “Un prólogo es un estado de ánimo. Escribir un prólogo es como afilar una hoz, como afinar la guitarra, como hablarle a un niño, como escupir por la ventana. Uno no sabe cómo ni cuándo las ganas se apoderan de uno, las ganas de escribir un prólogo, las ganas de estos leves sub noctem susurri”. Seguro, todo prólogo es un post scriptum, el lugar más digno de estas palabras debiera ser en las postrimerías del libro. Sin embargo, el caso presente justifica la falta en la que ahora incurrimos. ¿Estará demás remarcar que el autor frisa los quince años? Esa atroz edad, cuyas cicatrices difícilmente se borran (bueno, la mayor parte de la gente tiene la mala costumbre de madurar) y que son la base más profunda de cualquier espiritualidad que se alce por sobre las determinaciones que el mundo imponga. Por cierto, quince años no son excusa, ni petición de misericordia: en términos estrictamente literarios el autor ya es susceptible de cualquier condena. En cualquier caso, los abajo firmantes apostamos con todo nuestro entusiasmo por un sujeto que se niega a ser un “protagonista de la fama”, porque quiere protagonizar su propia vida, aunque los casi infinitos poderes del mal se lo quieran impedir. Una inevitable guerra está muy cerca y hay grandes posibilidades que el mundo se caiga a pedazos, pero existen personas que tienen ganas de seguir escribiendo cuentos y poemas, para sostenerlo, para que de algún modo extraño, evitar que todo se vaya al carajo. El arte es una de las dos únicas experiencias que le van quedando al hombre de la era post que pueden considerarse genuinamente salvíficas (la otra es el amor, pero no estamos aquí para hablar de eso... suponemos). Todo crítico anhela o desea descubrir un talento literario, una escritura primera que sea capaz de conmover y alterar el aparente y convencional orden de nuestra vilipendiada república de las letras chilensis. Casi como un susurro hemos podido ver paulatinamente como Maori ha escupido y esculpido estos textos. ¿De qué otra manera será posible hoy hacer literatura? Solo nos queda señalar que vale la pena leerlo, que vale la pena arriesgarse. Que hay “que puro hacer arte”, más allá de cualquier futuro posible. Bien, ahora dejamos con usted, pálido lector, los textos de Maori Pérez, por quien apostamos, más allá del enorme afecto que le tenemos.

Patricia Espinosa y Eduardo Jiménez. 

- Santiago, marzo de 2003 -.

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